Ella, que me sabe enferma (sabiendo además yo que no me soporta), me pregunta con voz de niña que vende galletas: Ay, Mariancilla -nótese el diminutivo despectivo- ¿cómo te sientes? Afortunadamente, y por ello le doy las gracias al cielo y a todos los santos habidos y por haber, acudí a los restos de paciencia... Leer más →