Bailar, como una posesa. Girar en manos anónimas agradeciéndole a la sonrisa de turno que te insinúe los pasos. Bullir. Que el sudor empape el pelo y la nuca mientras se mueven los pies al compás de sus caderas.
Bailar…
Ausentarse del mundo por unas horas.
Este post me llevó de regreso a mis tiempos universitarios, en lo más crudo del período especial, donde todos disfrutábamos de lo lindo bebiendo vino espumoso, avinagrado y caliente, que era surtido al por mayor en las mismas pipas que un par de años atrás proveían las mismas fiestas de fría cerveza, bailando hasta que los pies no dieran más y sin la certeza de tener luego como reponer las fuerzas en casa, pero divirtiéndonos y felices, más solidarios y sanos que hoy, y cuando había suerte y éramos conquistados por alguna belleza, colega o no, también marinada en bebidas que hoy fueran imposibles de beber, la fiesta continuaba en una versión más íntima, pero igual de sudorosa, enajenante, divertida, placentera….
Pues sí smart, a veces bailar enajena. Y lo peor es que uno no sabe cuanto necesita de una buena sacudida hasta que te llega el cansancio con una carcajada enorme. Y no se quiere parar.
Bailar, definitivamente, es una de las mejores recetas.
Estamos totalmente de acuerdo y celebro esta coincidencia y el gesto de responderme tan pronto. Gracias Mar!